domingo, 3 de junio de 2012

Con versando con Antonio Porpetta

Sinopsis y transcripción libre de una entrevista, Por Elhi Delsue

Converando con Antonio Porpeta

Antonio Porpetta es un escritor y poeta español, nacido en Elda, Alicante en 1936. Es Licenciado en Derecho y Doctor en Ciencias de la Información (Filología Española) por la Universidad Complutense de Madrid. Diplomado en Genealogía, Heráldica y Nobiliaria por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Miembro Correspondiente de las Academias Norteamericana y Guatemalteca de la Lengua Española, así como de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

En este artículo transcribiremos una sinopsis de la interesante entrevista que la poeta y presentadora del programa Con versando, Paloma Corrales, le hiciera a este  insigne poeta alicantino en junio de 2011. En un intento por plasmar con mayor claridad sintáctica el diálogo, he considerado necesaria la libre transcripción de algunos segmentos de la entrevista, pero siempre manteniendo el respeto por la fuente audiovisual original (VeoGuadaTV.com).

En uno de sus apuntes poéticos, Porpetta afirma que "la poesía en sí misma es un riesgo". Basándose en este pensamiento, Corrales, con gran curiosidad, le formula la primera de una serie de preguntas:

─¿Existe una relación entre la poesía y la conciencia?... ¿El poema al final recoge la carga ética del escritor?

Por supuesto: siempre. Hablamos del poema y nos olvidamos que es una obra de arte, tal como lo es una sinfonía, una escultura o una pintura; por supuesto, toda la carga ética del poeta está en cada obra de arte, en mayor o menor medida, más o menos simulada, o más o menos ficcional, pero siempre hay una carga ética profunda. El poeta es un referente ético, pero no un imponente ético, introduce su propio concepto de la ética en el poema.

Hay una frase de Jean Cocteau que a mí me encanta y que define perfectamente al poeta: "El poeta es un gran mentiroso que siempre dice la verdad". Es verdad, dice Porpetta, el poeta es sincero en el momento en que escribe, pero tiene que meter una parte de ficción para darle forma poética a lo que él quiere decir.

─¿Eres de los que piensa que es imprescindible un lector para acabar el poema?

Absolutamente necesario: el poema no se termina, no es poema, hasta que encuentra un lector. Es igual que una pintura: si nadie la ve, no existe. El poema se perfecciona cuando el lector lo hace suyo, cuando el lector lo incorpora a sí mismo y lo interpreta, y puede ser interpretado de muchas formas distintas. El lector tiene una formación determinada, una visión de la vida determinada, que aplica y recoge en ese poema.

─Dices que la inspiración es ese pequeño chispazo que te viene, que te sirve para la idea, pero que el poema se fragua a golpe de cincel.

Exacto, asiente Porpetta, eso va contra la gente que cree que la inspiración lo es todo [...] El poema es idea, es sentimiento, es emoción, es palabra; entonces hay una carga idiomática que tienes que trabajar para decir lo que quieres decir, si es que sabes lo que quieres decir. La inspiración es un chispazo para un comienzo o para un final, pues muchas veces los poemas se empiezan por el final (hay mucha gente que no lo sabe): si tienes el final, sabes a dónde quieres llegar, entonces construyes para llegar a ese final [...] La inspiración es el punto de partida, pero el poeta usa la materia prima que es el idioma. Hay algo especial (no me gusta decir sobrenatural), en esta parte artesanal.

─¿Piensas que todo es poetizable?

Absolutamente todo, responde enfáticamente, y eso está en miles de ejemplos. Rafael Morales, por ejemplo, ha escrito a una chaqueta vieja, a un cubo de basura... ¡Todo es poetizable!

─Antes hablábamos de ese «chispazo» que es la inspiración... ¿Crees que para encontrar ese chispazo uno se ha de ensimismar buscando un poco lo profundo y lo recóndito?

Por supuesto, dice el poeta entre risas, al advertir que su interlocutora pareciera responder con su propia pregunta. La escritura poética ─continúa─ es un acto de introspección, de búsqueda interior; el poeta es un espécimen dotado de una sensibilidad indiscutible; con esta sensibilidad va captando (incluso sin darse cuenta) materiales que va acumulando... ¿de dónde?: de la vida, de cualquier sitio: una película, una música, un perro que pase por la calle, un niño que llora, una buena comida... cualquier cosa. Todo eso va entrando y se va cociendo como un lento guiso, despacio, con experiencias, con recuerdos, con memorias, con todo. Hay que bucear y buscar de ahí los materiales exactos que te hagan falta para el poema que estás haciendo; después viene el conocimiento idiomático, la técnica poética, etc., para darle forma, pero el punto de partida, sin duda alguna, es una búsqueda interior. [...] Es algo complicado, pues no todo el mundo es capaz de hacer una labor de introspección; hace falta aislarse totalmente.

Corrales comienza a armar su siguiente pregunta, mientras Porpetta, sospechando de qué se trata, inunda el salón con una especie de risa suplicante. Finalmente, se escucha la inquietud de su compañera de plática:

─¿El poeta nace o se hace?

─El poeta nace, sin duda alguna. Ahora, se puede estar muchísimos años sin saberlo; pero además el poeta tiene que hacerse, no surge por generación espontánea; ¿cómo tiene que hacerse?... pues, a través de mucha lectura; la fuente del poeta es la lectura [...] el que se nazca poeta, no significa que desde pequeño se empiece a versificar [...] La experiencia es una gran tarima para la poesía.

Porpetta refiere en su poética que la poesía es magia, es música, tiene algo de milagro, es una comunicación ─incluso con nadie─; no cree en los poetas que escriben para nadie y que, aparentemente, no les importa ser leídos; pone en duda que la poesía sea una fuente de conocimiento y cree en la artesanía de la palabra.

Antonio concibe sus poemarios como un todo. A este respecto, nos dice: Yo escribo libros, imagino un tema, un tema que me provoca, que me llama la atención: luego digo: «este tema merece un libro entero» y voy pensando, sin tomar una nota, pienso, pienso... hasta que ya está, su estructura, el desarrollo poético, etc.; entonces me encierro en mi torre y bajo cuando el libro está ya terminado, por ello cada libro mío tiene una unidad determinada.

─De todos los libros que has escrito, ¿tienes alguno favorito?

Cada libro tiene su historia y sus circunstancias; a mi personalmente me gusta «Adagio mediterráneo» (refiriéndose al poemario escrito en San Sebastián de los Reyes/Madrid en 1997); también me gusta «Meditación de los asombros» (cuyo prólogo fue escrito, en 1981, por el poeta madrileño José Hierro); creo que en ese libro comenzó mi voz de verdad.

─¿Cuáles han sido tus escritores de referencia?

A veces hay gente que responde esa pregunta muy pedantemente y empieza tirar de clásicos y clásicos. Yo te diré con mucha sencillez y mucha sinceridad: tengo muchos poetas preferidos, muchísimos... algunas veces encuentras un chispazo poético interesante incluso en un novato y su primer libro; pero a mí me llenan Pablo Neruda, Luis Rosales y Pepe Hierro

Para terminar, les dejo este bellísimo poema del maestro Porpetta, titulado «Los ángeles del mar»

LOS ÁNGELES DEL MAR
(Adagio Mediterráneo, 1997)

Los Ángeles del Mar

Los ángeles del mar, cuando llega la noche,
arrastran suavemente a los ahogados
hasta playas amigas,
y allí limpian sus cuerpos de algas y medusas
y peinan su cabellos con esmero
para que no parezcan tan difuntos
y sus madres, al verlos,
no piensen en la muerte.
A veces depositan sobre sus pobres párpados
dos denarios de plata recogidos
de algún pecio profundo
para borrar el miedo de sus ojos
y que el asombro vuelva a sus pupilas,
o ponen en sus manos caracolas y pétalos
como si fueran niños que dormidos
quedaron en sus juegos.
Finalmente, con leves movimientos,
abanican sus rostros muy despacio
y ahuyentan de sus labios las últimas palabras
dejándoles tan sólo los nombres de mujer...
Casi siempre suplican a los altos querubes
que trasladen sus almas con cuidado,
porque el mar dejó en ellas salobres arañazos,
golpes de barlovento, heridas abisales,
y en el más largo instante
vieron cómo sus vidas se alejaban, se hundían
en el temblor callado de las aguas,
y con sus vidas iba su memoria,
y en su memoria todo cuanto amaron
o pudieron amar,
y su dolor fue grande...
Cumplida su misión, vuelan los ángeles
hacia las blancas ínsulas del sueño,
y los ahogados quedan
solitarios y espléndidos
en sus dorados túmulos de arena,
serenos como dioses,
dignos en su derrota,
esperando que nazca la mañana,
que les cubra la luz,
que jamás les alcance
el frío del olvido.

Antonio Porpetta