sábado, 29 de octubre de 2011

Sobre el uso de los tropos


Un tropo es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado. Se trata de un término propio de la retórica que proviene del griego τρόπος, trópos, que significaba «dirección». En este sentido, el tropo es el cambio de dirección de una expresión que se desvía de su contenido original para adoptar otro contenido: la metonimia y la metáfora son distintos tipos de tropo.

Ventajas de los Tropos

Entre las grandes ventajas que no proporciona el uso de los tropos, las principales son las siguientes:

• Permiten citar dos ideas al mismo tiempo y con las mismas palabras literales: una idea expresamente anunciada y otra simplemente sugerida.

• Contribuyen admirablemente a la energía del estilo porque nos presentan de una manera viva y animada los objetos y sus cualidades más interesantes.

• Generalmente, también dan a las expresiones una concisión que sin ellos no podrían tener. Por ejemplo, un largo discurso sería necesario, dice Condillac, para expresar con palabras literales este pensamiento: “ El odio público se oculta bajo la máscara de la adulación”

• Enriquecen el lenguaje y le hacen más copioso, pues multiplican el uso de las palabras dándoles nuevas significaciones.

• Dan dignidad y nobleza al estilo porque las palabras tomadas dejan de ser literales, comunes o familiares.

• Dan también belleza, gracia y novedad a las expresiones.

• Nos son de gran auxilio para disfrazar, cuando conviene, ciertas ideas tristes, desagradables o contrarias a la decencia.

Reglas para el Uso de los Tropos

1. Toda traslación de significado que no produzca alguno de los efectos indicados anteriormente, es inútil y descubre visiblemente afectación, por consiguiente debe proscribirse.

2.   No basta que la traslación produzca alguno de estos efectos: es menester además que lo que gane una cualidad de la expresión no lo pierda otra cualidad, atendiendo siempre a la preferencia de la calidad y a lo que se gane y pierda, en este sentido, en el poema.

3.  Toda traslación debe ser acomodada al asunto, al tono de la composición y a la situación moral en que se supone al que la usa.

4.   Consistiendo toda traslación en poner el signo de una idea por el de otra con la cual está enlazada; es necesario que aquella idea cuyo nombre sustituimos al de la otra, sea en las circunstancias en que nos hallamos, la que primero deba presentarse a la imaginación, la más interesante de las coasociadas y la que tenga relación más directa con la cualidad o circunstancia que principalmente consideramos en el objeto de que se trata.

Regla Peculiar de las Sinécdoques y Metonimias

Respecto de estos dos tropos, además de las reglas generales que acabamos de ver, es preciso que la traslación de que nos valemos esté autorizada por el uso: o porque la voz trasladada que empleamos ya está admitida en tal acepción, o al menos alguna que tiene bastante analogía con la que deseamos usar.

Pero es necesario advertir que esta libertad de introducir nuevas sinécdoques o metonimias, no se extiende a variar las ya usadas en casos particulares; por tanto si alguna vez podemos decir, por ejemplo, “los mares de América tienen bien conocidas las quillas españolas” para dar a entender que nuestros navíos frecuentan mucho aquellos mares, no debemos decir del mismo modo “tantas quillas han salido de Cádiz”.

Estas observaciones son necesarias también para traducir con propiedad de una lengua a otra, porque si no las tenemos presentes podemos cometer muchas ridiculeces y errores.

Reglas Particulares de las Metáforas

1.  El objeto de donde se tomen ha de ser de aquellos de que tienen noticia los oyentes o lectores, lo mismo que los extremos de las comparaciones de otro modo les sedan oscuras

2.  Es menester además, que sea capaz de engrandecer y realzar a aquel a que le aplicamos.

3.  Es necesario sobre todo que la semejanza que exista entre aquel de quien se toma el nombre, y aquel a quien se aplica, sea verdadera, notable y fácil. Si entre los objetos no hay realmente la semejanza que se supone, las metáforas resultan impropias y aun falsas. Si aunque la haya, es débil o muy vaga y genérica, son oscuras, violentas, duras, forzadas o estudiadas. Así será bien dicho “el puñal de la envidia”, pero no “el puñal de la pereza”, pues no hay analogía entre puñal y pereza
Esta de Valbuena (Égloga 6ª) es muy afectada y violenta:

A oro que llovía su cabeza
La luz con que el sol baña tierra y cielo
Comparada es tinieblas y pobreza

4.  Una vez presentado un objeto bajo la imagen de otro que lees semejante, es indispensable que cuanto se diga de él dentro de aquella cláusula, ya sea con términos literales, ya con metafóricos, pueda convenir también al otro bajo cuya imagen se presenta.

Fernando de Herrera, en su hermosa canción a la muerte del Rey D Sebastian,  después de haber comparado el reino de Portugal y su poder con un cedro del Líbano, y dicho de éste cuanto puede decirse de un grande árbol, continúa así:

Pero elevóse con su verde cima,
Y sublimó la presunción de su pecho,
Desvanecido todo y confiado,
Haciendo de su alteza solo estima.

Aquí se mezcla con impropiedad el sentido natural con el figurado, porque un árbol no tiene pecho ni le sublima la ambición, ni se desvanece, ni confía. Por eso Blair censura estas metáforas de autores ingleses: “tomar las armas contra un mar de turbaciones: apagar las semillas del orgullo”, pues es claro que no se toman las armas contra el mar ni se apagan las semillas.

5. Aun conservándose bien la analogía, no se prolonguen demasiado las metáforas continuadas. Esto se funda en que si se insiste mucho en la semejanza extendiéndola a todas las circunstancias del objeto, no puede menos de oscurecer el pensamiento y degenerar en alambicado

6.  Las metáforas simples o las continuadas, no se han de multiplicar demasiado, ni por todo el discurso, porque el estilo resultaría hinchado, alegórico y oriental; ni sobre un mismo objeto, porque esto haría confusa la imagen y de consiguiente es contrario a la claridad.

Para que se entienda lo que se quiere decir en esta última parte de la regla, es menester distinguir las metáforas amontonadas de las que hemos llamado continuadas.
Si comparada por metáfora, o de otro modo, una persona con la luz, se dijesen de ella varias cosas que pueden convenir a la luz, resultaría una metáfora continuada; pero si dijésemos como Calderón hablando de Semíramis (Hija del aire, 1ª parte), amontonaríamos cuatro metáforas sin continuar ninguna:

Digo señor que en el centro
hallé de una oscura cueva
bruto el más bello diamante
bastarda la mejor perla
tibio el más ardiente rayo
y la más viva luz muerta.



Transcripción libre y adaptación a nuestra gramática y ortografía vigentes, hecha por Elhi Delsue. Fuente: COMPENDIO DEL ARTE DE HABLAR Y COMPONER EN PROSA Y VERSO, Profesor Miguel Moragues. | Libro Tercero, "De las Expresiones", Capítulo II, Artículos 4º y 5º Edición de 1837. (Fuente secundaria: Wikipedia)

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